viernes, 10 de diciembre de 2010

San Cristóbal de La Laguna, Patrimonio de la Humanidad, una ciudad para una visita sosegada.

Si en la visita a las ciudades del archipiélago Canario uno siente de inmediato un cierto ambiente colonial, no hay duda que en la ciudad tinerfeña de San Cristóbal de La Laguna esta sensación se multiplica.


El aire colonial es el encanto y uno de los más notables atractivos de esta villa tinerfeña. Su bello trazado sirvió de modelo para ciudades de América. San Cristóbal de La Laguna, Patrimonio de la Humanidad, lo es por derecho y por mérito propio, pero La Laguna también ostenta el galardón y mérito de ser la ciudad universitaria del archipiélago por excelencia.


El caminar un día cualquiera y a cualquier hora por las concurridas calles de La Laguna, es todo un placer y uno siente una sensación especial. Aquí todo resulta un poco diferente, hasta el clima cambia, en La Laguna uno, de vez en cuando, tiene que abrigarse ya que por su latitud norte, su altura, las corrientes frías que genera el voluminoso volcán del Teide y los vientos alisios, en esta curiosa urbe uno siente el frio de la noche o de las frecuentes nieblas diurnas, pero al mismo tiempo también siente el calor conque te acogen los amables habitantes de la ciudad Patrimonio de la Humanidad en sus concurridas calles y plazas .


Desde luego que si hay una ciudad en el archipiélago canario, que uno no debe de perderse la visita, sin duda, esta es la de La Laguna. Las cuidadas casas señoriales, que las familias de comerciantes coloniales construyeron aquí, con su notable y relevante arquitectura indiana e Hispana, salta a la vista y nos muestran que la ciudad canaria de la Laguna significaba mucho para ellos.


 Hoy en día y a pesar del tiempo trascurrido, La Laguna sigue siendo una ciudad comercial, el notable y exquisito comercio, que albergan sus calles, nos muestran la actividad, dándole un ambiente y colorido espectacular.


Según nos relata la historia de esta sorprendente ciudad, un día cualquiera de siglos pasados algunos monjes del convento de San Diego se apretujarían en su pequeño bote y cruzarían la entonces laguna que ocupaba parte del espacio donde hoy se asienta la ciudad para llegar al centro del entonces asentamiento urbano. Allí harían sus recados, y acaso visitasen una de las numerosas iglesias que se levantaban en la entonces capital de la isla, regresando de nuevo a través de esa laguna que habían apellidado con la denominación de la villa y que finalmente se convertiría en su verdadero nombre. Porque San Cristóbal de La Laguna es, para propios y extraños, simplemente La Laguna.


Todo por esa masa de agua estacional que desapareció de los mapas en el siglo XIX, al parecer a causa de las molestias, que ocasionaban el barro, los olores y los mosquitos. Se desecó el terreno y así pudo expansionarse el centro urbano, cuyo dibujo de calles permanecía inalterado desde que la ciudad fuese fundada en 1495 por Alonso Fernández de Lugo.


Quizás por aquel entonces, el primer Adelantado de Canarias, no presumía que la creación de La Laguna con el devenir de los tiempos sería un hito histórico.


Corrían otros tiempos, eran tiempos de Renacimiento y de laberintos urbanos, en los que las mentes preclaras parece que evocaban y añoraban el perdido idealismo del trazado de las ciudades romanas.


Habrían de pasar los siglos para que la Ilustración retomara con ahínco los modelos clásicos. Grande fue el mérito de La Laguna, que muy innovadoramente en su tiempo quiso reinventar el mito grecorromano de ciudad española ideal, con calles rectas y todo bien dispuesto para el buen convivir de los vecinos.


Pacífica y naturalmente sin murallas, pues a tal fin había escogido Fernández de Lugo aquella fértil llanura del norte de la isla, que se eleva a 600 metros sobre el nivel del mar y que continúa siendo punto de tránsito hacia el sur. Alejado quedaba el peligro de la costa y ya no había que temer a los Guanches o a los numerosos piratas que por aquel entonces merodeaban por las costas isleñas.


El devenir europeo de las Canarias era ya imparable, y habrían de venir gentes de distintas regiones españolas y también de Portugal o Génova a afianzar tal destino. Y así La Laguna, bien definida y asentada en su rol de capital de la isla, maduró pronto y bien como ciudad; y era muy comprensible que los que por allí pasaban, en su camino hacia la aventura de las andanzas americanas, se fijasen en su fisonomía, surgida de condiciones muy similares a las que seguramente les esperaban al otro lado del Atlántico, al igual que en la actualidad los grupos de visitantes nos fijamos en cada detalle cuando escuchamos relatar tan significada cuestión al entusiasta guía de uno de los tours que gratuitamente organiza la oficina de turismo de la localidad y que si uno quiere conocer la historia de esta ciudad y disfrutar con ella paseando por sus calles, no debe de perderse la visita con el guía.

Para personas que, como yo, han tenido la suerte y la oportunidad de conocer algunas de las ciudades allende del atlántico como Cartagena de Indias, Quito o San Juan de Puerto Rico, la visita a La Laguna es aun más emocionante, aunque uno se da cuenta de lo que no hay en esas ciudades americanas y aquí resalta en cada paso y en cada mirada a los edificios de la época, son las ventanas que tanto recuerdan a las inglesas... o americanas del norte, Las llamadas “ventanas de guillotina”, grandes, con una hoja que se eleva bajo la superior, divididas en pequeños paneles y a menudo pintadas de blanco, parece que son una aportación de nuestros hermanos ibéricos los portugueses, que aquí se asentaron.


A Portugal, donde abundan, llegaron a través de su vinculación marítima con Inglaterra. Son uno de los toques distintivos de la arquitectura tradicional canaria o lagunera, así como los historiados balcones de madera del duro pino tea isleño. Detalles que, conjugados con los expresivos colores de las fachadas, describen una atmósfera exótica y familiar a la vez que la suave brisa del alisios, que trae la humedad y el verdor al norte de la isla, en maravilloso y mágico contraste con el sur cálido y que cimbrea en un movimiento constante la vegetación tropical que ajardina algunas plazas como la del Adelantado. En esta plaza y alrededor de su fuente, llegada la tarde, los bancos se llenan de gente dispuesta a disfrutar el dulce tránsito de las horas.


Ahora somos los turistas que, mientras escuchamos las explicaciones sobre el Palacio de Nava, y su piedra de lava o el convento de Santa Catalina de Siena y su ajimez (balcón saliente de madera con celosías), no dejamos de admirar el amable sosiego que rezuma este rincón tinerfeño, tan cercano y a la vez tan apartado de las eclosiones playeras de la isla.


En verdad La Laguna no parece que sea el tercer mayor municipio del archipiélago... Bueno, es que, de sus más de 100.000 habitantes, en el centro urbano sólo residen unos 10.000. La apaciguada atmósfera es aún más seductora en las peatonalizadas calles del casco histórico.

Deambular por la calle Carrera, a través de los renglones de historia que resaltan los sucesivos edificios: las tres nobles construcciones antiguas que hoy ocupa el Ayuntamiento, la oscura piedra volcánica de la Catedral, la gracia decimonónica del teatro Leal... Al fondo, icónica y predominante, la carismática torre de la iglesia de La Concepción, con sus inconfundibles balcones y su entelequia de intruso faro marino, se erigen en algunos de los motivos más significativos e interesantes para visitar La Laguna.


Los mudéjares techos de los templos son punto de mira de todo visitante y espejo de lo que también llegaría a América. El término municipal se encuentra en el noroeste de Tenerife. Las otras localidades del municipio son: Tejana, Valle Guerra, Bajamar (donde Senia y yo también disfrutamos de agradables jornadas en un apartamento que posee allí mi familia) y Punta del Hidalgo, todas con unos paisajes espectaculares. La agricultura es rica, y es importante la incidencia en el lugar de la industria y el turismo. La parte norte del municipio limita con el mar en Bajamar y Punta del Hidalgo hasta los 792 m. de altitud, donde se encuentra el núcleo de las Montañas. A 7,5 km de la costa y donde hay una amplia llanura situada a 550 m de altitud.


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Pedro Ansorena y Senia Bonaechea.

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